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sábado, 30 de julio de 2016

El seguro, un relato

Guau, esta vez mi solicitud de palabras para el reto Vuestras consignas, mi relato ha tenido un éxito abrumador en facebook. He recibido palabras de Katty Le Fay (anillo, alacena y teléfono móvil), D.C. López (astronauta, sirena, desierto), Judith Ruiz (lluvia, despertador), María Cabal (mar, estrella, luna) y Valeria (cuaderno, sueño, aire). Imposible hacer un relato corto (o dos) con todas ellas, así que he decidido coger las dos primeras de cada uno en grupos de cuatro y las que sobren en otros relatos, de modo que tendré que hacer:
¡Tengo mucho trabajo por delante! De momento, os dejo con el primer relato, con las palabras anillo, alacena, astronauta y sirena.

El seguro
Cogió el anillo que descansaba sobre la alacena. Le costó ponérselo, porque tenía los dedos hinchados, pero no quería marcharse sin él. Luego se dirigió a la cocina, donde encendió el fuego y preparó todo para que pareciera que el incendio había sido accidental, no fuera que sus descendientes no cobraran el seguro por el descuido.
Había tenido una buena vida: una esposa maravillosa, un excitante trabajo y un montón de amigos. Ahora, su esposa y sus amigos habían muerto, a nadie le interesaba su carrera como astronauta porque viajar al espacio era habitual y sus descendientes se veían endeudados porque se habían empeñado en pedir préstamos astronómicos para pagarse unos estudios que al final no les dieron trabajo. Lo único que podía hacer para ayudarles era cobrar ese estúpido seguro de accidentes, cuyo montante cubriría toda la deuda: para ello, solo tenía que morir sin que pareciera un suicidio o una causa natural, y no se le había ocurrido otra cosa más eficaz que quemar la casa con él dentro para que así cobraran también el seguro del hogar.
Sonó la sirena para alertar del incendio, pero vivía demasiado lejos de cualquier parque de bomberos, así que estaba tranquilo. El fuego en sí tampoco le preocupaba: moriría por intoxicación de humos antes siquiera de que pudiera alcanzarle. Así pues, con un suspiro, apagó su sonotone para no tener que escuchar el molesto ruidito y se sentó en su sillón favorito, dispuesto a disfrutar del espectáculo.

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