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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 12 de abril de 2016

Relato: El mentiroso

¡Hola a todos! Nuevamente lancé los story cubes y esta vez lo compliqué un poco más. Ahí va el vídeo y debajo el resultado, ¿qué os parece?

 

El mentiroso

Miguel se convertía en un auténtico mentiroso compulsivo cuando estaba frente a otras personas, y más cuando intentaba ligar con alguna de sus alumnas de arqueología. Estaban en primer año, así que eran jóvenes y crédulas. Lo que era mejor, todavía no tenían los medios para comprobar la falsedad de su famosa aventura del huevo sagrado, en la que había seguido un viejo mapa bajo el abrasador sol del desierto hasta dar con un altar repleto de huevos de dinosaurio fosilizados que una antigua cultura ya extinta adoraba como a dioses. 
Por supuesto, muchas de ellas, las más inteligentes y las menos fantasiosas, no llegaban a creerle ni por un segundo, pero siempre había al menos una (casi siempre una niña tonta que se metía en la carrera con la idea de vivir experiencias fuertes y conocer a un aventurero como los que salían en las películas de sobremesa) que se volvía loca por él y hacía lo que fuera con tal de llevárselo a la cama.
La que había caído este año se llamaba Martina y era una rubia con mucho dinero y poco cerebro. Pero estaba como un tren, así que Miguel hizo alarde de imaginación y le contó centenares de historias con él mismo como protagonista que le convirtieron en un héroe mítico a sus ojos. Supo que había caído en sus redes cuando le habló de sus sospechas de que había un cementerio indio cerca de su mansión y le invitó a acompañarla para ver si descubría algo. Miguel aceptó encantado: en Europa no había cementerios indios, pero se haría el loco y disfrutaría de un fin de semana en una mansión con una chica preciosa mientras "investigaba".
Para su desgracia, la chica tenía otros planes. Le llevó directamente al lugar de los hechos en un 4x4 que conducía a una velocidad endiablada. No obstante, como aventurero que era, no podía decirle nada a Martina, ni siquiera cuando la aguja del cuentakilómetros dio casi toda la vuelta mientras circulaban por un camino lleno de baches. Una vez allí, la joven, que no paraba de tirar fotos para inmortalizar el momento, insistió en montar una tienda de campaña y en cenar alubias de lata, a pesar de que, si lo que decía era cierto, bien podían dormir con toda comodidad en su mansión, que estaba a apenas un par de kilómetros de allí. Pero claro, una vez que la joven le dijo que a ella no le importaba y que le gustaría vivir esa aventura como él había vivido las suyas, es decir, pasando algunas penalidades, Miguel no vio la forma de quejarse y, por primera vez en su vida, tuvo que dormir en una tienda en medio de la naturaleza.
Lo peor estaba por llegar, sin embargo. Martina le despertó antes del amanecer para llevarle al supuesto cementerio indio, que era una cueva llena de graffitis. No obstante, Miguel no se fijó en eso, sino en un montón de lo que parecían bidones de gasolina y armas.
-Oh, Dios mío. ¿Dónde nos has metido, Martina? Aquí hay todo un arsenal, podría ser...
-¿Una guarida de ladrones? -preguntó ella, con su cámara de fotos en la mano-. ¿El zulo de unos contrabandistas? Dicen que hay muchos traficantes de drogas por la zona y...
Miguel ni la oyó, estaba aterrado y con el corazón acelerado. Se dirigió hacia la salida de la cueva, pero entonces oyó pasos y voces masculinas. Miró hacia atrás, no había salida, solo Martina haciendo una foto tras otra. Los pasos se acercaban y su pánico creció hasta que se le aflojó todo y se hundió en la oscuridad.
Despertó en su tienda de campaña cuando ya caía el día. No había ni rastro de Martina y por un momento se preocupó, hasta que reparó en unas hojas de papel en las que se titulaba:
"El profesor aventurero desenmascarado, un artículo de investigación por Martina Herrera, 4º de periodismo".
Comenzó a leer cómo la joven había oído los rumores del profesor que seducía a sus alumnas, cómo se había infiltrado para convertirse en una de sus víctimas, cómo había desenmarañado todas las mentiras de Miguel con facilidad y cómo había preparado la trampa para desenmascararle con la ayuda de un par de amigos de su carrera. Acompañaban al texto diversas fotos de su cara de miedo cuando estaba en el coche, de sus muecas de disgusto en el campamento y, por supuesto, de su momento de pánico en el supuesto zulo y de su vergonzoso desmayo con una primera plana de la ilustrativa mancha de sus pantalones.
Miguel apretó las hojas de papel y caviló sobre qué hacer a continuación, pero nada podía arreglar él. Su escaso prestigio quedaba arruinado, sin duda le echarían de la universidad por el escándalo, y no había mentira que le pudiera sacar de ese lío. Lo único que podía hacer era huir, marcharse lejos, quizás vivir aventuras de verdad para poder volver con la cabeza bien alta. Pero solo de pensar en esto último le hizo estremecerse. Mejor dejarlo, abandonar la universidad y buscar trabajo en algún otro lado, donde pudiera fascinar a la gente con alguna de sus mentiras. Puede que con su nueva gran aventura, en la que se enfrentó a unos contrabandistas en un zulo para proteger a una hermosa dama.
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