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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

lunes, 22 de junio de 2015

Calor

Nuevo relato de Adictos a la escritura, cuya temática debía centrarse en el calor. Esta vez tuve la idea de inmediato, lo que me costó fue encontrar tiempo para llevarla a cabo. No he podido corregirla, claro, espero que no haya muchos errores.

Calor
Paca tenía calor. Mucho calor. Tanto que empezó a sudar. Se quitó el jersey, pero seguía sintiéndolo. Se desabrochó un par de botones de la blusa y se arremangó; no sirvió de nada. Miró a ambos lados y, como sus compañeros no estaban mirando, comenzó a abanicarse discretamente con una hoja de papel. Pronto, la discreción quedó a un lado: tenía demasiado calor, así que cogió un cuaderno grande y se abanicó con fuerza.
—¿Qué haces? —preguntó Mariché, que se sentaba justo al lado de ella y fue la primera en fijarse en su extraño comportamiento.
—Nada, nada —respondió Paca, brusca. No le caía bien Mariché, siempre estaba metiéndose donde no la llamaban.
Se levantó para buscar en vano el termostato, que resultó estar justo al lado de Pepa, la secretaria del jefe, que respondió a su petición de que bajara la calefacción del modo más borde, como de costumbre:
—La calefacción está regulada según el acuerdo del año pasado, por si lo has olvidado. La temperatura ideal para ahorrar energía y para que todos estén a gusto.
—Pues yo no estoy a gusto —bufó Paca.
Extendió la mano para darle a la flechita de subir, pero Pepa le dio un sonoro manotazo y le lanzó una mirada tan fulminante que Paca dio la batalla por perdida y decidió buscar otra solución para su agobio.
Fue al lavabo y se echó un poco de agua por el cuello, pero no estaba lo suficientemente fría, así que cogió un hielo de la pequeña cocina de la oficina y se lo pasó por la piel, en un intento de sentir cierto alivio.
—¿Qué haces? —quiso saber Manolo.
Era un tipo bastante entrometido, pero no a la manera de Mariché, así que Paca no tuvo inconveniente en iniciar una conversación con él, sin dejar de usar el hielo para aliviar un poco la sensación.
—¿No tienes calor?
—No, más bien al contrario. —Llevaba una chaqueta gruesa y parecía encogido sobre sí mismo—. Vengo de fumar un pitillo en la azotea y hace un frío que pela.
—Me voy a fumar —dijo entonces Paca, mientras pensaba: «Qué gran idea, ¡cómo no se me había ocurrido antes!».
—Pero si tú no fumas —se extrañó Manolo. No obtuvo respuesta, porque Paca ya estaba en la escalera, subiéndola a toda prisa en su búsqueda del alivio del frío invernal.
Y por fin lo sintió, nada más abrir la puerta. Todos los fumadores que se habían escapado un rato para dar rienda suelta a su vicio la miraron extrañados, porque iba sin chaqueta y allí fuera estaban bajo cero, pero Paca les ignoró y disfrutó del frío.
Por desgracia, no podía pasarse allí todo el día: tenía que volver al trabajo si no quería ser la próxima a la que despidieran. Triste, bajó las escaleras y regresó al horno. Al entrar se dio cuenta de que no hacía tantísimo calor como antes y suspiró aliviada. Volvió a su sitio y se abrochó de nuevo los botones de la blusa, pero dejó el jersey a un lado: no querría volver a sentir calor en mucho tiempo.
—Ah, los sofocos de la menopausia —dijo Mariché, maliciosa. No pareció apreciar la mirada fulminante de Paca y siguió hablando—. Te entran esos calores insoportables y todo el mundo piensa que estás loca. No te preocupes, es lo normal a tu edad.
—Cállate, Mariché —la ordenó, más seca, si cabe, que de costumbre. Pero ya se quedó con la duda.
«No puedo tener la menopausia todavía, por el amor de Dios», pensó Paca mientras redactaba un último informe. «¡Solo tengo cuarenta recién cumplidos, ni siquiera ha dejado de bajarme la regla!».
Volvieron a darle un par de ataques de calor más antes de irse y se pasó el resto del día dándole vueltas: era demasiado joven para tener la menopausia, no podía ser, ¡aún no había tenido hijos! Le habían dicho que en estos tiempos una podía tener niños hasta los cuarenta y tantos, incluso a los cincuenta, así que deberían quedarle unos años más.
Esos pensamientos la asediaron hasta que llegó a casa y se puso el termómetro: tenía bastante fiebre. Paradójicamente, eso le hizo suspirar de alivio. No era más que un griponcio raro. De todas formas, la amenaza de la menopausia se había instalado en su cabeza, así que empezó a informarse sobre clínicas de fertilidad y técnicas de frecundación in vitro.

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